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Democracia, populismo e instituciones

Felipe Schwember Faro UDD

Por: Felipe Schwember | Publicado: Miércoles 21 de febrero de 2024 a las 04:00 hrs.
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Felipe Schwember

La democracia liberal es un régimen político demandante. Su existencia y funcionamiento presuponen reconocer la legitimidad de proyectos políticos a los que no se adhiere y, por tanto, la aceptación de una cultura general de la tolerancia. Por eso, sin un mínimo de amistad cívica las instituciones democráticas se degradan rápidamente.

Pero además, la democracia es particularmente demandante en tiempos de crisis, en los que la observancia de las reglas formales que la hacen posible parece ser un estorbo para resolver problemas sociales. La delincuencia ofrece un buen ejemplo: atenerse al Estado de derecho obliga a renunciar a medios más expeditos. Que esa restricción no parezca irracional depende-rá, en buena medida, de la eficacia con que las autoridades hagan cumplir la ley.

“Resulta muy difícil que los ciudadanos le tengan apego a la democracia si sus instituciones no funcionan. Y una vez que esto sucede, es difícil que no comiencen a proliferar proyectos popu-listas de distinto signo”.

En los últimos años estas (y otras) condiciones se han debilitado en Chile de un modo alarmante: el reconocimiento de la legitimidad de los adversarios políticos prácticamente desapareció de la vida cívica, como demostraron los repetidos intentos por derrocar al Presidente Piñera; la condescendencia, cuando no la abierta simpatía, para con la violencia por parte de la extrema izquierda; su oposición a las reformas legales que procuraban combatirla; el desdén —ahora sí— transversal para con las reglas formales de la democracia y el Estado de derecho, expresado en la aprobación en el Congreso de leyes inconstitucionales, son ejemplos de ello.

Las instituciones democráticas están concebidas para garantizar la libertad. Sin embargo, hechos como los descritos provocan que la ciudadanía les pierda aprecio, pues su ocurrencia oscurece la conexión que existe entre tales instituciones y la propia libertad (y seguridad). En tal situación, resulta difícil abogar por el respeto a las reglas.

Es difícil, por ejemplo, explicar que la inamovilidad de los jueces es una garantía de la independencia judicial y, por tanto, de la libertad política, y no un privilegio otorgado a los jueces para que hagan activismo judicial o prevariquen dictando resoluciones que ponen en riesgo a la ciudadanía, pero que son muy de su gusto ideológico. En suma, resulta muy difícil que los ciudadanos le tengan apego a la democracia si sus instituciones no funcionan.

Y una vez que esto sucede, es difícil que no comiencen a proliferar proyectos populistas de distinto signo. La popularidad de Nayib Bukele en Chile es un síntoma de ello. Pero las soluciones populistas en realidad no son tales. Son “pan para hoy, hambre para mañana” y quienes las promueven piden a la ciudadanía que apuesten por alguien para que sea un buen dictador. Es decir, nos piden que olvidemos eso de que «el poder corrompe». Los salvadoreños —por volver al ejemplo— todavía pueden pasar por alto siete mil detenciones erróneas, pues el pasado de la violencia de las maras es muy reciente. Sin embargo, una vez hecho así, habrá que confiar en que después no será demasiado tarde para enmendar rumbo, cuando errores como ese efectivamente les preocupen; en que no caerán en cuenta que fue un error dar demasiado poder y por demasiado tiempo al mismo hombre.

Por nuestra parte, debemos preocuparnos urgentemente de que las instituciones vuelvan a funcionar. Ya se alzan voces que se apresuran a desahuciar el Estado de derecho y a pregonar que no puede haber libertad sin violencia. Es fundamental no dar más motivos a los heraldos del populismo, a aquellos que conciben la democracia como un mero medio y que creen que puede haber libertad sin instituciones y, en último término, sin justicia. 

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